Cuando un hombre y una mujer se casan, establecen un pacto mutuo en el cual se entregan libre, totalmente, fielmente y fructíferamente, como se señala en las preguntas de consentimiento el día de la boda: ¿Han venido aquí para casarse sin coerción, libre y de todo corazón? ¿Están preparados, mientras siguen el camino del matrimonio, para amarse y honrarse mutuamente mientras ambos vivan? ¿Están preparados para aceptar con amor los hijos que Dios les dé y criarlos de acuerdo con la ley de Cristo y su Iglesia?

El abrazo conyugal de la pareja es una expresión física de sus votos matrimoniales, que potencialmente conduce a una nueva vida si así lo quiere Dios. El abrazo conyugal tiene un propósito doble: unión y procreación. Dios ha diseñado el sexo como un bien que fortalece el vínculo de los cónyuges y puede llevar de manera natural a la creación de nueva vida humana durante el período fértil de la mujer. Así, la pareja se convierte en co-creadores con Dios de una nueva vida llamada a morar con Él por toda la eternidad en el cielo. Por lo tanto, las parejas están llamadas a una apertura a la vida que honra su dignidad humana y el acto sexual, que cumple con sus votos matrimoniales y reconoce a Dios como autor y sustentador de toda vida humana. Hacer estéril el acto sexual de manera voluntaria a través de un acto de contracepción desecha todas estas realidades. 

A lo largo de la historia cristiana, los creyentes, ya sean católicos o protestantes, reconocieron los anticonceptivos como una negación de la dignidad de la persona humana y del abrazo sexual. Hasta tan recientemente como 1930, algunas expresiones protestantes de fe comenzaron a apartarse de esta verdad. La Iglesia reitera su fidelidad perenne al diseño de Dios para el hombre y la mujer en el Catecismo, "'toda acción que, ya sea en previsión del acto conyugal, en su consumación, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, ya sea como fin o como medio, hacer imposible la procreación' es intrínsecamente mala" (CIC 2370). El uso de anticonceptivos, por lo tanto, es objetivamente y gravemente pecaminoso.

Deseando proponer la verdad, la belleza y la bondad de la vida matrimonial y la alegría del Evangelio a las parejas, la Iglesia invita a todos los que están en estado matrimonial a considerar la planificación natural de la familia para ayudar a lograr un embarazo, o para evitar un embarazo por razones justas, de manera moral y ética. "La continencia periódica, es decir, los métodos de regulación de nacimientos basados en la auto-observación y el uso de periodos infértiles, está en conformidad con los criterios objetivos de moralidad. Estos métodos respetan los cuerpos de los cónyuges, fomentan la ternura entre ellos y favorecen la educación de una libertad auténtica" (CIC 2370). Para comprender más a fondo por qué la Iglesia enseña y propone esta hermosa verdad del amor y la vida humana, consulte la sección de Recursos a continuación.